La arquitectura de España abarca las edificaciones situadas en su territorio actual y las obras realizadas por arquitectos españoles en el extranjero. A lo largo de la historia, ha estado marcada por una amplia variedad de influencias culturales y artísticas.
Antes de la ocupación romana, ya existían vestigios arquitectónicos en la Península Ibérica, vinculados a culturas como los íberos, celtíberos y cántabros, con características similares a las del Mediterráneo y el norte de Europa. La presencia romana trajo un desarrollo significativo, con la construcción de obras monumentales en Hispania. Con la llegada de los visigodos, las técnicas romanas dieron paso a una arquitectura más austera y vinculada a la religión.
La invasión musulmana en 711 marcó un punto de inflexión en la arquitectura, que evolucionó notablemente durante los siglos de dominio islámico. Ciudades como Córdoba y Granada se convirtieron en centros culturales clave, dejando legados arquitectónicos como la Mezquita de Córdoba y la Alhambra. Paralelamente, los reinos cristianos desarrollaron estilos propios, influidos inicialmente por tradiciones locales y más tarde por corrientes europeas como el románico y el gótico. En este contexto, también surgió el estilo mudéjar, una fusión de elementos árabes y cristianos.
En el Renacimiento, España adoptó y adaptó influencias italianas, con arquitectos como Juan de Herrera y Andrés de Vandelvira. Más tarde, el barroco español destacó por el estilo churrigueresco, mientras que el neoclasicismo alcanzó su auge con obras de Juan de Villanueva. La arquitectura colonial, desarrollada en América Latina, dejó un legado importante en la región.
El siglo XIX introdujo el uso del hierro y el vidrio en la arquitectura, junto con tendencias historicistas, eclécticas y regionalistas. El modernismo de principios del siglo XX, representado por Antonio Gaudí, y el movimiento del estilo internacional, impulsado por grupos como el GATEPAC, marcaron la transición hacia una arquitectura moderna. En la actualidad, arquitectos como Rafael Moneo, Santiago Calatrava y Ricardo Bofill destacan internacionalmente, liderando una renovación técnica y creativa.
España cuenta con un vasto patrimonio arquitectónico reconocido por la UNESCO, con el segundo mayor número de sitios declarados Patrimonio de la Humanidad, solo por detrás de Italia. Este reconocimiento refleja la riqueza y diversidad de su historia arquitectónica.
Durante la Edad de Piedra, el megalito más común en la Península Ibérica era el dolmen. Estas cámaras funerarias se construían con enormes piedras hincadas en el suelo que sostenían otras colocadas a modo de techo. Su diseño inicial solía ser en forma de seudocírculos o trapezoides. Con el tiempo, estos monumentos evolucionaron y comenzaron a incluir un corredor de entrada, que gradualmente ganó importancia hasta llegar a ser tan ancho como la cámara principal. En etapas más avanzadas, se añadieron techos abovedados y falsas cúpulas. El conjunto megalítico de Antequera alberga los dólmenes más grandes de Europa. Entre ellos, destaca la Cueva de Menga, que cuenta con 25 metros de profundidad, 4 metros de altura y está formada por 32 megalitos.
En la Edad de Bronce, las Islas Baleares conservan algunos de los ejemplos más representativos de arquitectura megalítica. En esta región destacan tres tipos de construcciones:
Las construcciones características de los celtas eran los castros, pueblos amurallados, habitualmente situados en lo alto de una colina o un monte. Se desarrollaron en las áreas de asentamiento celtas en el valle del Duero y en Galicia. Ejemplos incluyen Las Cogotas, en Ávila, y el Castro de Santa Tecla, en Pontevedra.
Las casas en los "castros" tienen de unos 3,5 a 5 metros de longitud y son generalmente circulares, existiendo algunas rectangulares, de piedra y con techos de paja, con una columna central. Sus calles eran generalmente regulares, sugiriendo algún tipo de organización central.
Las ciudades construidas por los arévacos están relacionadas con la cultura íbera, cuyas ciudades tuvieron un desarrollo urbano notable, como Numancia. Otras son más primitivas y a menudo excavadas en la roca, como Termantia.
La conquista romana de Hispania, comenzada en el 218 a.C., marcó una romanización casi completa de la Península Ibérica. La cultura romana fue profundamente asumida por la población: antiguos campamentos militares y asentamientos íberos, fenicios y griegos fueron transformados en grandes ciudades, como Emerita Augusta en la Lusitania, Corduba, Itálica, Hispalis, Gades en la Bética, Tarraco, Caesar Augusta, Asturica Augusta, Legio Septima Gemina y Lucus Augusti en la Tarraconensis, todas conectadas por una compleja red de carreteras. El desarrollo de la construcción en Hispania incluyó monumentos de calidad comparable a los de Roma, la capital del Imperio.
Construcciones:La ingeniería civil romana dejó una huella imborrable en Hispania con construcciones imponentes como el Acueducto de Segovia o el de Mérida (Acueducto de los Milagros), y puentes como el de Alcántara (Cáceres) sobre el Tajo o el de Córdoba sobre el Guadalquivir. También destaca el faro de La Coruña, la Torre de Hércules, que aún está en uso. Este tipo de construcciones civiles tuvo un notable impulso durante el reinado del emperador Trajano (98-117 d.C.).
La arquitectura lúdica estuvo representada por edificios como los teatros de Mérida, Sagunto, Tiermes o Cádiz, los anfiteatros de Mérida, Itálica, Tarraco y Segóbriga, y los circos de Mérida, Córdoba, Toledo, Sagunto, entre otros muchos ejemplos a lo largo de la península.
La arquitectura religiosa también se extendió por Hispania, como se observa en los templos de Córdoba, Vic, Mérida (dedicados a Diana y Marte) y Talavera la Vieja. Entre los principales monumentos funerarios destacan las torres de los Escipiones en Tarragona, el dístilo de Zalamea de la Serena y los mausoleos de la familia Atilii en Sádaba y Fabara. Además, se erigieron arcos de triunfo como los de Caparra, Bará y Medinaceli.
El término prerrománico se refiere al arte cristiano desarrollado tras la antigüedad clásica y antes del arte románico. Este periodo abarca manifestaciones artísticas muy diversas, realizadas en diferentes siglos y por culturas variadas. En el territorio español, la arquitectura prerrománica muestra una gran diversidad, destacando ramas como el arte asturiano, que alcanzó un notable nivel de refinamiento para su época y contexto cultural.
Del siglo VI destacan los restos de la basílica de Cabeza de Griego, en Cuenca, y la pequeña iglesia de San Cugat del Vallés, en Barcelona. Aunque muy deteriorada, esta última muestra una planta de nave única que termina en un ábside. Del siglo VII sobresalen iglesias como San Pedro de la Nave, San Juan de Baños y Santa María de Quintanilla de las Viñas, cuya traza influiría en templos posteriores del «estilo de repoblación» (incorrectamente denominados «mozárabes»). En general, la arquitectura religiosa de esta época sigue la tradición paleocristiana.
El Reino de Asturias surge en el año 718, cuando las tribus astures, reunidas en asamblea, designaron a Don Pelayo como su líder. Pelayo unificó a las tribus locales y a los refugiados visigodos bajo su mando, con el objetivo de restaurar progresivamente el orden godo.
El prerrománico asturiano es un estilo singular que, combinando elementos de tradiciones locales y visigodas, desarrolló una identidad propia con un notable nivel de refinamiento, tanto en la construcción como en la estética. Este estilo evolucionó en paralelo al desarrollo político del reino, distinguiéndose cinco etapas claras en su evolución.
La primera etapa (737-791), conocida como prerramirense inicial, abarca desde el reinado de Favila hasta el de Bermudo I. Durante el segundo periodo, en los reinados de Alfonso II (791-842), el estilo alcanzó una etapa de definición estilística. La iglesia de San Julián de los Prados, en Oviedo, es una de las construcciones más destacadas de esta fase, con un interesante sistema de volúmenes y un programa de frescos iconográficos relacionados con la pintura mural romana. En esta etapa también aparecen por primera vez las celosías y las ventanas trifoliadas en el ábside. Otras construcciones notables de este periodo incluyen la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, San Pedro de Nora y Santa María de Bendones.
El tercer periodo, llamado ramirense (842-866), corresponde a los reinados de Ramiro I y Ordoño I. Este periodo se considera la culminación del estilo prerrománico asturiano gracias a las innovaciones de un arquitecto anónimo, que introdujo elementos como la bóveda de cañón, los arcos transversales y los contrafuertes. Destacan las construcciones del Monte Naranco, con los pabellones de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, así como la iglesia de Santa Cristina de Lena. En esta etapa se observa una notable influencia siria en la ornamentación.
La cuarta etapa, durante el reinado de Alfonso III (866-910), marca la llegada de una fuerte influencia mozárabe, destacándose el uso del arco de herradura en la arquitectura asturiana. La quinta y última etapa coincide con el traslado de la corte a León, marcando la transición hacia el arte de repoblación, dentro del Reino de León.
La arquitectura mozárabe fue realizada por los mozárabes, cristianos que vivían bajo dominio musulmán en la España islámica desde la invasión árabe en el año 711 hasta finales del siglo XI. Estos cristianos mantuvieron su identidad cultural frente a los musulmanes y también frente a los cristianos de los reinos del norte, a los que emigraron en sucesivas oleadas o fueron incorporados durante la Reconquista. Un ejemplo de esta arquitectura es la iglesia de Bobastro, un templo rupestre situado en Mesas de Villaverde, en Ardales (Málaga), del que solo quedan algunas ruinas.
Otro representante destacado es la iglesia de Santa María de Melque, cerca de La Puebla de Montalbán (Toledo). Este templo plantea dudas estilísticas, ya que combina rasgos visigodos con otros más propiamente mozárabes, y tampoco está clara su datación exacta. La ermita de San Baudelio de Berlanga, por su parte, presenta una tipología única, con una planta rectangular que incluye una tribuna sobre una pequeña sala hipóstila, similar a las mezquitas. Su cubierta se sustenta en un pilar central con forma de palmera. Tanto este pilar como los muros interiores están decorados con frescos que representan escenas de caza y animales exóticos. Tipológicamente, este templo podría estar relacionado con construcciones iniciáticas de época románica, como la iglesia de Santa María de Eunate, y con otras edificaciones templarias de planta centralizada, como las iglesias de Torres del Río o la Vera Cruz de Segovia.
Como se ha mencionado, la identificación de construcciones como mozárabes en los reinos cristianos del norte peninsular es problemática y a menudo debatida.
Entre finales del siglo IX y comienzos del siglo XI, en los reinos cristianos del norte de la península, se desarrolló una evolución del prerrománico que tradicionalmente se ha atribuido a la influencia mozárabe. Sin embargo, esta influencia ha sido objeto de debate y actualmente se prefiere considerar este periodo como una tercera fase del prerrománico, posterior al visigodo y al asturiano. Este desarrollo coincide históricamente con la repoblación de la Meseta del Duero y la cabecera del Ebro.
Ejemplos destacados de esta arquitectura incluyen la iglesia de San Cebrián de Mazote (Valladolid), el monasterio de San Miguel de Escalada (León), la iglesia de Santiago de Peñalba (León), la iglesia de San Vicente del Valle (Burgos), la iglesia de Santa María de Lebeña (Cantabria), la ermita de San Baudelio de Berlanga (Caltojar, Soria), el monasterio de San Juan de la Peña (Jaca, Huesca), la iglesia prerrománica del monasterio de Leyre (Navarra), el monasterio de San Millán de Suso (La Rioja), y otros ejemplos en Zamora y Asturias.
También podrían incluirse dentro de esta categoría algunas pequeñas iglesias catalanas tradicionalmente consideradas "mozárabes", como la iglesia de San Julián de Boada y la iglesia de Santa María de Matadars, que comparten características similares.
La conquista musulmana de Hispania por las tropas de Musa ibn Nusair y Táriq ibn Ziyad, junto con la caída de la dinastía Omeya en Damasco, llevaron a la creación de un Emirato independiente en Córdoba por Abderramán I, el único príncipe omeya sobreviviente que escapó de los abbasíes. Córdoba se convirtió en la capital cultural de occidente entre los años 750 y 1009.
La arquitectura desarrollada en Al-Ándalus bajo los omeyas evolucionó a partir de las tradiciones de Damasco, enriquecida con elementos estéticos locales. Uno de los más destacados fue el arco de herradura, distintivo de la arquitectura hispano-árabe, que fue adoptado de la tradición visigoda. Arquitectos, artistas y artesanos llegaron desde Oriente para construir maravillas como Medina Azahara, una ciudad cuya magnificencia superaba cualquier construcción contemporánea en los reinos europeos.
La obra más destacada de los omeyas en Córdoba fue la Mezquita de Córdoba, construida en diferentes etapas por Abderramán I, Abderramán II, Alhakén II y Almanzor.
Con la desaparición del Califato, el territorio de Al-Ándalus se fragmentó en pequeños reinos llamados taifas. Esta división política estuvo acompañada de un conservadurismo cultural, que, junto con el avance de los reinos cristianos, llevó a que las taifas se aferrasen al prestigio de las estructuras y formas del estilo califal de Córdoba.
La recesión se manifestó en las técnicas de construcción y en los materiales utilizados, aunque no en la ornamentación, que se volvió aún más profusa. Los arcos polilobulados se multiplicaron y adelgazaron, mientras que los elementos característicos del arte califal fueron exagerados.
Entre los ejemplos más destacados de la arquitectura taifal que han llegado hasta nuestros días se encuentran el Palacio de la Aljafería en Zaragoza y la pequeña mezquita de Bab-Mardum en Toledo, posteriormente convertida en la Ermita del Cristo de la Luz, uno de los primeros ejemplos de arquitectura mudéjar.
Los almorávides, provenientes del norte de África, irrumpieron en Al-Ándalus en 1086 y unificaron los reinos taifas bajo su control. Desarrollaron una arquitectura propia, aunque pocos ejemplos han sobrevivido debido a la posterior invasión de los almohades, quienes, al imponer un islamismo ultraortodoxo, destruyeron prácticamente todos los edificios almorávides importantes, así como Medina Azahara y otras construcciones califales.
La arquitectura almohade se caracteriza por su extrema sobriedad y el uso del ladrillo como material principal de construcción. La decoración, casi inexistente, se limita principalmente a la sebka, una rejilla de rombos hecha con ladrillos. También emplearon la palma como elemento decorativo, aunque de forma simplificada en comparación con la más elaborada palma almorávide. Con el tiempo, el estilo almohade incorporó elementos ligeramente más ornamentales.
El ejemplo más conocido de la arquitectura almohade es La Giralda, el antiguo minarete de la mezquita de Sevilla. También destaca la sinagoga de Santa María la Blanca, en Toledo, clasificada como mudéjar pero inmersa en la estética almohade, siendo un raro ejemplo de colaboración arquitectónica entre las tres culturas medievales españolas.
Tras la disolución del imperio almohade, los reinos musulmanes del sur de la península se reorganizaron y, en 1237, se estableció el reino nazarí con Granada como su capital.
La arquitectura nazarí se convirtió en una de las más ricas del mundo islámico. Heredera de los estilos musulmanes anteriores en Al-Ándalus, los nazaríes los combinaron con influencias de los reinos cristianos del norte. Incorporaron elementos ornamentales y estructurales de la arquitectura cordobesa, como los arcos de herradura, y de la almohade, como la sebka y la palma, junto con creaciones propias como los capiteles prismáticos y cilíndricos y los arcos de mocárabe. Su arquitectura destacó por la armoniosa combinación de espacios interiores y exteriores, jardines y arquitectura, concebidos para estimular todos los sentidos.
A diferencia de los omeyas, que usaban materiales caros e importados, los nazaríes emplearon materiales humildes como barro, escayola y madera. Sin embargo, lograron resultados de una sorprendente complejidad y belleza. La profusa decoración, el uso magistral de la luz y las sombras, la integración del agua en los diseños arquitectónicos y la incorporación de epigrafía con poemas alusivos a la belleza de los espacios son algunos de los rasgos característicos de este estilo. Los palacios de la Alhambra y el Generalife son las construcciones más emblemáticas de este periodo.
La arquitectura realizada por los musulmanes que permanecieron en territorio cristiano sin convertirse al cristianismo es conocida como estilo mudéjar. Se desarrolló principalmente entre los siglos XII y XVI, con fuertes influencias del arte y el gusto árabe, pero adaptado a las demandas de los señores cristianos. Por ello, el mudéjar rara vez es un estilo puro: combina técnicas y lenguajes artísticos con otros estilos según el momento histórico. Así, se puede hablar de románico mudéjar, gótico mudéjar o mudéjar renacentista.
El mudéjar representa una simbiosis entre las culturas musulmana, cristiana y judía, emergiendo como un estilo arquitectónico único en el siglo XII. Se suele aceptar que tuvo su origen en Sahagún, desde donde se expandió al Reino de León, Toledo (uno de los centros más antiguos e importantes), Ávila, Segovia, y más tarde a Andalucía, especialmente a Sevilla y Granada. En Toledo destacan las sinagogas de Santa María la Blanca y El Tránsito, ambas mudéjares aunque no cristianas. En Sevilla, las habitaciones del Alcázar, a pesar de ser clasificadas como mudéjares, están más relacionadas con el arte nazarí de la Alhambra, ya que fueron creadas por arquitectos de Granada contratados por Pedro I de Castilla. También destaca en Sevilla la Casa de Pilatos.
Otros importantes centros del mudéjar incluyen ciudades como Toro, Cuéllar, Arévalo y Madrigal de las Altas Torres, donde resalta el Monasterio de Las Claras en Tordesillas. El mudéjar aragonés tuvo un desarrollo especial, particularmente en Zaragoza y Teruel durante los siglos XIII, XIV y XV, destacándose las torres mudéjares de Teruel.
El estilo se caracteriza por el uso del ladrillo como material principal. A diferencia del gótico o el románico, no creó estructuras propias, sino que reinterpretó los estilos occidentales desde una perspectiva musulmana. El carácter geométrico distintivo del arte islámico se reflejó en las artes decorativas, utilizando materiales económicos como azulejo, ladrillo, madera, yeso y metales, elaborados de forma exquisita, con especial énfasis en los artesonados. Incluso después de que los musulmanes dejaron de participar en la construcción, sus técnicas y contribuciones se mantuvieron como una parte integral de la arquitectura española.
El románico se desarrolló inicialmente en los siglos X y XI, antes de la influencia de Cluny, en los Pirineos catalanes y aragoneses, en paralelo al norte de Italia, en lo que se conoce como «primer románico» o «románico lombardo». Este estilo primitivo se caracteriza por paredes gruesas, ausencia de escultura y ornamentación rítmica con arcos. Ejemplos destacados son las iglesias del valle de Bohí, como San Clemente de Tahull, y los monasterios de San Pedro de Roda y Santa María de Ripoll.
La arquitectura románica plena llegó con la influencia de Cluny a través del Camino de Santiago, que culmina en la Catedral de Santiago de Compostela. Durante el siglo XII, el modelo del románico español se consolidó con la Catedral de Jaca, destacada por su planta de peregrinación inspirada en San Sernin de Toulouse, sus ábsides característicos y el «ajedrezado» o «taqueado jaqués». Este modelo se extendió hacia el sur en las áreas reconquistadas, adaptándose a las necesidades locales. Los monasterios, como el de Santo Domingo de Silos en Burgos, seguían estructuras similares.
De influencia francesa es la magnífica fachada de la iglesia de Santo Domingo de Soria, considerada uno de los mayores logros del románico español. Según Gaya Nuño, “su distribución decorativa es la más rica, homogénea y armoniosa de la Península”. Esta fachada puede haber sido inspirada en la de Nuestra Señora de Poitiers, con maestros poitevinos participando en su construcción.
El románico español incorpora influencias prerrománicas, principalmente del estilo asturiano, mozárabe y, en cierta medida, de la arquitectura árabe, como se observa en los techos de la Mezquita de Córdoba y los arcos polilobulados. Ejemplos de estas influencias se encuentran en San Juan de Duero (Soria), San Isidoro de León y la iglesia poligonal de Eunate en Navarra, comparable con la Vera Cruz de Segovia. El románico segoviano se distingue por sus solemnes torres y pórticos de arquerías sobre columnas sencillas o pareadas, como en San Esteban. Las catedrales de León, como las de Zamora y la vieja de Salamanca, junto con la Colegiata de Toro, destacan por sus peculiares cimborrios y cúpulas.
En algunas regiones, como Palencia, hubo una verdadera fiebre constructiva: el románico palentino cuenta con más de seiscientas iglesias catalogadas. Además del románico religioso, existió un románico civil y militar, visible en las murallas de Ávila y castillos como los de Pedraza o Sepúlveda. Este notable esfuerzo constructivo refleja la pujanza de la sociedad de los reinos cristianos, que incluso lograban extraer recursos de los divididos reinos taifas a través del pago de parias. Debido a la oscilante frontera de la Reconquista en los siglos XI y XII, el románico se concentra principalmente en la mitad norte de la Península Ibérica.
En el siglo XIII, algunas iglesias comenzaron a alternar elementos del románico con el naciente estilo gótico.
El estilo gótico llegó a España en el siglo XII, influido por el resto de Europa, mientras el románico tardío daba paso a un estilo de transición como el cisterciense y algunas expresiones tempranas de gótico puro, como la Catedral de Ávila y la de Cuenca, las más tempranas del estilo en la península. El gótico pleno alcanzó su auge a través del Camino de Santiago en el siglo XIII, dando lugar a algunas de las catedrales más puras de influencia francesa, como las de Burgos, León y Toledo.
Tras el siglo XIII, el estilo evolucionó hacia variantes como el gótico levantino y el gótico isabelino.
El gótico levantino, que floreció en el siglo XIV, se caracteriza por sus logros estructurales y la unificación del espacio. Ejemplos destacados son la Catedral de Palma de Mallorca, la Lonja de la Seda de Valencia y la Iglesia de Santa María del Mar en Barcelona. En la Catedral de Gerona, Guillermo Bofill realizó un notable avance al unificar las tres naves de la cabecera en una sola de extraordinaria amplitud.
En Castilla, durante el siglo XV, la relación comercial y política con el norte de Europa trajo a arquitectos como Juan y Simón de Colonia, Hanequín de Bruselas, Juan Guas y Enrique Egas, quienes adaptaron el estilo gótico a la sensibilidad local, creando escuela. Durante esta época se trabajó en las últimas grandes catedrales góticas, como las de Sevilla, la nueva de Salamanca y Segovia. El gótico isabelino, vinculado al reinado de los Reyes Católicos, marcó una transición hacia el renacimiento. Sus obras maestras incluyen San Juan de los Reyes en Toledo, la Capilla Real de Granada y la Cartuja de Miraflores en Burgos. Este periodo presenta fronteras difusas con el simultáneo estilo plateresco.
En España, el Renacimiento comenzó vinculado a las formas góticas en las últimas décadas del siglo XV. Este estilo se desarrolló principalmente a través de arquitectos locales, lo que dio lugar a un renacimiento específicamente español. Este reunió la influencia de la arquitectura del sur de Italia, a menudo conocida a través de libros ilustrados y pinturas, con la tradición gótica y las particularidades locales. Este nuevo estilo, llamado plateresco, se caracteriza por sus fachadas profusamente decoradas que recuerdan los intrincados trabajos de los plateros. Órdenes clásicas y motivos de candelabros (**candelieri) se combinan con libertad en diseños simétricos.
En este contexto, el Palacio de Carlos V, diseñado por Pedro Machuca en Granada, marcó un hito en el renacimiento avanzado de la época. Este palacio, que anticipa el manierismo, destacó por su dominio del lenguaje clásico y su estética rupturista. Construido antes de las principales obras de Miguel Ángel y Palladio, su influencia fue limitada y mal entendida, ya que el estilo plateresco dominaba el panorama arquitectónico de la época.
A medida que avanzaban las décadas, la influencia gótica desapareció y se buscó un clasicismo más ortodoxo. Aunque el término plateresco se utiliza para describir gran parte de la arquitectura de finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI, algunos arquitectos adoptaron un enfoque más sobrio. Entre ellos destacan Diego de Siloé y Rodrigo Gil de Hontañón. Ejemplos de este estilo son las fachadas de la Universidad de Salamanca y del Hostal San Marcos en León.
La cima del renacimiento español se alcanzó con el Real Monasterio de El Escorial, obra de Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera. Este edificio combinó una adherencia estricta al arte clásico romano con un estilo extremadamente sobrio. Su diseño, influido por los techos flamencos, el simbolismo en su decoración minimalista y el preciso corte del granito, estableció las bases para un nuevo estilo conocido como el herreriano.
Hacia finales del siglo XVI, con un enfoque más próximo al manierismo, destaca la obra de Andrés de Vandelvira, especialmente en la Catedral de Jaén.
Con la llegada de las influencias barrocas italianas, España fue dejando atrás el sobrio clasicismo que había dominado desde el siglo XVI. Ejemplos tempranos de esta transición son las fachadas de la Catedral de Granada de Alonso Cano y la de Jaén de Eufrasio López de Rojas, que reinterpretaron los motivos tradicionales de las catedrales españolas con un lenguaje barroco.
El barroco español mantuvo raíces en el estilo herreriano y en la construcción tradicional de ladrillo, particularmente visible en Madrid a lo largo del siglo XVII, con ejemplos como la Plaza Mayor y el Ayuntamiento de Madrid. En contraste con el barroco de la Europa septentrional, el barroco español buscaba más impactar los sentidos que apelar al intelecto.
Una figura clave en la evolución del barroco español fue la familia Churriguera, conocida por sus altares y retablos. Rechazaron la sobriedad del clasicismo herreriano y promovieron un estilo intrincado y exuberante conocido como churrigueresco. Este estilo convirtió a Salamanca en una ciudad emblemática del barroco en poco tiempo.
El estilo churrigueresco evolucionó en tres fases: entre 1680 y 1720, los Churriguera popularizaron el uso de la columna salomónica combinada con el orden compuesto, denominado «orden suprema». Entre 1720 y 1760, la columna churrigueresca o estípite, con forma de cono o obelisco invertido, se convirtió en el principal elemento decorativo. Desde 1760 hasta 1780, el interés se desplazó hacia un equilibrio más sobrio, marcando la transición al neoclásico.
Dos de las obras más espectaculares del barroco español son la fachada de la Universidad de Valladolid (Diego Tomé, 1719) y el Hospicio de San Fernando en Madrid (Pedro de Ribera, 1722). Ambas destacan por su extravagante curvilínea que parece anticipar el modernismo de Antonio Gaudí. Además, el barroco churrigueresco alcanzó su apoteosis en la Cartuja de Granada, que ofrece una combinación única de luz y espacio, y en el transparente de la Catedral de Toledo, de Narciso Tomé, donde escultura y arquitectura se integran para crear efectos dramáticos de iluminación.
En el sobrio barroco internacional, a menudo confundido con el neoclásico, destacan el Palacio Real de Madrid y las construcciones del Paseo del Prado (como el Salón del Prado y la Puerta de Alcalá), realizadas durante los reinados de Felipe V y Carlos III. Los Palacios Reales de La Granja de San Ildefonso en Segovia y el de Aranjuez, en Madrid, muestran una integración de arquitectura y jardines influenciada por el barroco francés, especialmente en La Granja, conocida como el «Versalles español», aunque con concepciones espaciales que reflejan la herencia musulmana.
El rococó hizo su entrada en España en 1733 con la fachada occidental de la Catedral de Murcia. Otro ejemplo destacado es la exuberante decoración de la puerta del Palacio del Marqués de Dos Aguas en Valencia, diseñada por Hipólito Rovira (1740-1744). El mejor representante de este estilo fue Ventura Rodríguez, autor de la Santa Capilla de la Virgen del Pilar (1750) en el templo de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza.
La combinación de influencias decorativas nativas americanas y árabes, junto con una interpretación muy expresiva del churrigueresco, explica la variedad e intensidad del barroco en las colonias americanas de España. A diferencia de su equivalente en la península, el barroco americano se desarrolló principalmente como un estilo de decoración en estuco. Muchas catedrales americanas del siglo XVII presentan fachadas con torres gemelas que tienen raíces medievales. El barroco pleno no surge hasta 1664, con la construcción del santuario de los jesuitas en la Plaza de Armas de Cuzco.
El barroco peruano se caracteriza por su gran exuberancia, como evidencia el monasterio de San Francisco en Lima (1673), que destaca por su oscura y elaborada fachada flanqueada por dos torres gemelas de piedra amarilla local. Mientras tanto, las misiones jesuíticas rurales en Córdoba (Argentina) siguieron el modelo de Il Gesù, aunque estilos provinciales mestizos surgieron en lugares como Arequipa, Potosí y La Paz. Durante el siglo XVIII, los arquitectos en estas regiones se inspiraron en el arte mudéjar de la España medieval. Un ejemplo temprano de este barroco tardío es la Iglesia de Nuestra Señora de La Merced en Lima (1697-1704). Del mismo modo, la Iglesia de La Compañía en Quito (1722-1765) presenta una fachada que parece un retablo ricamente esculpido, con un exceso de columnas salomónicas.
En el norte, la región más próspera del siglo XVIII, Nueva España (actual México), produjo un estilo barroco increíblemente extravagante conocido como el churrigueresco mexicano. Este estilo ultrabarroco alcanzó su cúspide con los trabajos de Lorenzo Rodríguez, cuya obra maestra es el Sagrario Metropolitano de Ciudad de México (1749-1769). Otros ejemplos destacados se encuentran en pequeños pueblos mineros, como el Santuario de Ocotlán (comenzado en 1745), una catedral barroca de primer orden cubierta de baldosas rojas brillantes y adornos comprimidos aplicados generosamente en su portada y torres. La verdadera capital del barroco mexicano es Puebla, donde la abundancia de baldosas pintadas a mano y la piedra local gris dieron lugar a una evolución muy personal del estilo, con un marcado sabor indígena.
En España, los postulados intelectuales del neoclásico no lograron el mismo éxito que el expresivo barroco. Sin embargo, el neoclasicismo se expandió gracias a la influencia de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundada en 1752. La figura más destacada de este movimiento fue Juan de Villanueva, quien adaptó las ideas de Edmund Burke sobre la belleza y lo sublime a las particularidades del clima y la historia locales.
Entre sus obras más emblemáticas se encuentra el Museo del Prado, que inicialmente fue concebido como un Gabinete de Ciencias. El edificio integra tres funciones —una academia, un auditorio y un museo— en un diseño que incluye tres entradas independientes. El Prado formaba parte del ambicioso programa cultural de Carlos III, cuyo objetivo era transformar Madrid en una capital de las Artes y las Ciencias. Próximo al museo, Villanueva también diseñó el observatorio astronómico de El Retiro y el Jardín Botánico, ambos integrados en el eje del Paseo del Prado, junto con las icónicas fuentes de Neptuno y Cibeles, diseñadas por Ventura Rodríguez, y el Hospital y Real Colegio de Cirugía de San Carlos.
Villanueva también realizó otras obras importantes, como algunas residencias de verano de los reyes en El Escorial y Aranjuez, y participó en la reconstrucción de la Plaza Mayor de Madrid. Sus discípulos, Antonio López Aguado e Isidro González Velázquez, contribuyeron a diseminar el estilo neoclásico por el centro del país.
La arquitectura eclecticista se caracteriza por la combinación de varios estilos en un mismo edificio, sin adherirse a un único orden arquitectónico. Esta corriente llegó a España en los últimos años del siglo XIX. Uno de los ejemplos más destacados del eclecticismo es el Palacio de Comunicaciones de Madrid, diseñado por Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, inaugurado en 1909.
Desde Europa llegó en el siglo XIX el historicismo, cuyos estilos más destacados en España fueron el neogótico y el neorrománico. En el neogótico destacan obras como el Palacio Episcopal de Astorga y el Palacio de Sobrellano en Comillas, la fachada de la Catedral de Barcelona, la Catedral de San Cristóbal de La Laguna en Tenerife y la Catedral del Espíritu Santo de Tarrasa. En cuanto al neorrománico, aunque menos importante que el anterior, sobresalen la cripta de la Catedral de Madrid y la Basílica de Nuestra Señora de Covadonga en Asturias.
A finales del siglo XIX, en Madrid, surgió un nuevo movimiento dentro del historicismo: el neomudéjar, que rápidamente se extendió a otras regiones. Arquitectos como Emilio Rodríguez Ayuso vieron en el arte mudéjar un estilo exclusivo y característico de España. Se construyeron edificios que retomaban características del antiguo estilo mudéjar, como los arcos de herradura y la ornamentación abstracta en ladrillo para las fachadas. Este estilo se popularizó especialmente en la construcción de plazas de toros y otros edificios públicos, pero también en viviendas, debido al bajo costo de los materiales, principalmente ladrillo. Entre las obras destacadas del neomudéjar se encuentran la portada de la Catedral de Teruel, La Escalinata de la misma ciudad, obra de Aniceto Marinas, y la Plaza de Toros de Las Ventas en Madrid.
Siguiendo el modelo del Palacio de Cristal construido en Londres para la Gran Exposición de 1851, en España también se levantaron palacios de cristal que empleaban vidrio y hierro como materiales principales. Los dos ejemplos más destacados son el Palacio de Cristal de la Arganzuela y el Palacio de Cristal del Retiro, ambos situados en Madrid.
En España, el modernismo tuvo su epicentro en Barcelona. La expansión de la ciudad más allá de sus límites históricos, conocida como el Eixample («Ensanche»), diseñada por Ildefons Cerdà, fue el escenario del desarrollo del modernisme catalán. Este movimiento rompió con los estilos tradicionales, inspirándose en formas orgánicas, al igual que el Art Nouveau en Francia y el Jugendstil en Alemania. El arquitecto más destacado del modernismo fue Antoni Gaudí, cuya obra en Barcelona incluye monumentos icónicos como La Sagrada Familia, el Parque Güell, la Casa Milà y la Casa Batlló, así como otras obras fuera de Cataluña, como el Capricho de Gaudí, la Casa Botines y el Palacio Episcopal de Astorga. Gaudí combinó la arquitectura tradicional con estilos innovadores, convirtiéndose en un precursor de la arquitectura moderna. Otros arquitectos catalanes notables fueron Lluís Domènech i Montaner y Josep Puig i Cadafalch.
El modernismo también tuvo presencia en otras ciudades de Cataluña, como Tarrasa, con obras como la Masia Freixa y el Vapor Aymerich, Amat i Jover, y Reus, con la Casa Navàs. Fuera de Cataluña, este estilo dejó huella en ciudades como Teruel, con la Casa de Tejidos el Torico y la Casa Ferrá, Zaragoza, con el Casino Mercantil y el Quiosco de música del Parque Primo de Rivera, y Comillas, donde además del Capricho de Gaudí, destaca la Universidad Pontificia Comillas.
La creación en 1928 del grupo GATCPAC en Barcelona, seguido en 1930 por el GATEPAC, compuesto por arquitectos de Zaragoza, Madrid, San Sebastián y Bilbao, estableció dos colectivos de jóvenes arquitectos que impulsaron los principios de la arquitectura moderna en España. Figuras como Josep Lluís Sert, Fernando García Mercadal, Jose María de Aizpurúa y Joaquín Labayen se organizaron en tres grupos regionales. Paralelamente, otros arquitectos exploraron el estilo moderno desde perspectivas personales: Casto Fernández Shaw, con su obra visionaria principalmente teórica; Josep Antoni Coderch, integrando elementos de la vivienda mediterránea con conceptos modernos; y Luis Gutiérrez Soto, influenciado por tendencias expresionistas.
En la Exposición Mundial de 1929 en Barcelona, el Pabellón Alemán diseñado por Mies van der Rohe se convirtió en un icono de la arquitectura moderna. Este edificio combinó el minimalismo característico de Mies con la fidelidad a los materiales y elementos influenciados por el movimiento De Stijl, destacando el uso de planos espaciales y un techo que parece flotar sin soportes visibles.
Durante y después de la Guerra Civil Española y la II Guerra Mundial, España sufrió aislamiento político y económico. Esto, unido a la preferencia del régimen de Franco por un estilo nacionalista y clásico, limitó la creación de arquitectura vanguardista. Sin embargo, algunos arquitectos lograron equilibrar la aprobación oficial con avances en el diseño arquitectónico. Luis Gutiérrez Soto destacó por su interés en la tipología y la distribución racional de los espacios, combinando estilos históricos con un enfoque racionalista. Asimismo, los encargos de los Sindicatos Verticales permitieron a Francisco de Asís Cabrero realizar proyectos destacados. Por su parte, Luis Moya Blanco exploró las posibilidades modernas de la construcción en ladrillo, sobresaliendo en el uso de la bóveda tabicada.
En las últimas décadas del régimen franquista, una nueva generación de arquitectos revitalizó el legado del GATEPAC. Alejandro de la Sota fue pionero en esta recuperación, mientras que jóvenes arquitectos como Francisco Javier Sáenz de Oíza, Fernando Higueras y Miguel Fisac experimentaron con tipos de vivienda prefabricada y colectiva, a menudo trabajando con presupuestos limitados, pero logrando innovaciones significativas.
La muerte de Franco y el regreso de la democracia trajeron un nuevo optimismo arquitectónico a España a finales de los años 70 y durante los 80. El regionalismo crítico se convirtió en la escuela dominante para la arquitectura de vanguardia. La entrada de España en la Unión Europea, junto con el crecimiento del turismo y una economía floreciente, proporcionaron un terreno fértil para la nueva generación de arquitectos. Entre los nombres destacados se encuentran Enric Miralles, Carme Pinós y el arquitecto e ingeniero Santiago Calatrava. Los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla en 1992 impulsaron aún más la reputación internacional de la arquitectura española, atrayendo a arquitectos de todo el mundo para participar en este auge. En reconocimiento al apoyo de la Ciudad de Barcelona a la arquitectura, el Royal Institute of British Architects le otorgó la Royal Gold Medal en 1999, siendo la primera vez que este galardón se concedía a una ciudad.
En 1997, Bilbao acogió la construcción de un nuevo museo de la Fundación Solomon R. Guggenheim, diseñado por Frank Gehry en estilo deconstructivista. El Museo Guggenheim de Bilbao se convirtió rápidamente en un icono mundial, elevando el prestigio de la ciudad y generando lo que se conoce en la planificación urbana como el «efecto Bilbao», donde un edificio icónico transforma la percepción y el desarrollo de una ciudad.
En 2006, la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas, diseñada por Richard Rogers y Antonio Lamela, ganó el Premio Stirling. En abril de 2007, el MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León) en León, obra de los arquitectos Emilio Tuñón y Luis M. Mansilla, recibió el Premio de Arquitectura Contemporánea Mies van der Rohe de la Unión Europea, reconocimiento que en 2001 ya había recibido el Kursaal de San Sebastián, diseñado por Rafael Moneo.
La Torre Agbar en Barcelona, un rascacielos de 144,4 metros de altura diseñado por el arquitecto francés Jean Nouvel, combina conceptos arquitectónicos innovadores. La estructura, construida en hormigón armado, está recubierta por una fachada de vidrio con más de 4.400 ventanas, creando un efecto visual sorprendente.
Entre el 12 de febrero y el 1 de mayo de 2006, el MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) dedicó la exposición On-Site: New Architecture in Spain a la nueva arquitectura española. El MoMA destacó a España como un centro internacional de innovación y excelencia arquitectónica, incluyendo en la exposición a siete ganadores del Premio Pritzker: Rafael Moneo, Álvaro Siza, Thom Mayne, Zaha Hadid, Jacques Herzog, Pierre de Meuron, Frank Gehry y Rem Koolhaas.
En España no existe un estilo arquitectónico uniforme, pero sí un alto porcentaje de calidad en los proyectos, destacándose como uno de los países con más propuestas arquitectónicas interesantes a nivel mundial. En comparación, aunque en países como China se construye más, España ofrece una mayor riqueza de proyectos innovadores.
En Madrid, se lleva a cabo la construcción del Cuatro Torres Business Area, un parque empresarial que contará con cuatro rascacielos, entre ellos la Torre Repsol, diseñada por Norman Foster, que será la más alta, alcanzando los 250 metros.
Debido a las grandes diferencias climáticas y topográficas de España, la arquitectura popular presenta una notable diversidad. Materiales como la piedra caliza, la pizarra, el granito, la arcilla (cocida o sin cocer), la madera y la paja se emplean de forma específica en las distintas regiones. Las estructuras y la distribución de los edificios también varían considerablemente según las costumbres locales. Algunas de estas construcciones tienen denominaciones propias, como el cortijo, el carmen, la barraca, el caserío, la palloza o la alquería, reflejando las particularidades culturales y geográficas de cada zona.
Fuentes:
MonumentalNet.